Ellos se declararon patriotas. En los clubs se condecoraron y fueron escribiendo la historia. Los Parlamentos se llenaron de pompa, se repartieron después la tierra, la ley, las mejores calles, el aire, la Universidad, los zapatos.
Su extraordinaria iniciativa fue el Estado erigido en esa forma, la rígida impostura. Lo debatieron, como siempre, con solemnidad y banquetes, primero en círculos agrícolas, con militares y abogados. Y al fin llevaron al Congreso la Ley suprema, la famosa, la respetada, la intocable Ley del Embudo. Fue aprobada.
Para el rico la buena mesa.
La basura para los pobres.
El dinero para los ricos.
Para los pobres el trabajo.
Para los ricos la casa grande.
El tugurio para los pobres.
El fuero para el gran ladrón.
La cárcel al que roba un pan.
París, París para los señoritos.
El pobre a la mina, al desierto.
El señor Rodríguez de la Crota habló en el Senado con voz meliflua y elegante. “Esta ley, al fin, establece la jerarquía obligatoria y sobre todo los principios de la cristiandad. Era tan necesaria como el agua. Sólo los comunistas, venidos del infierno, como se sabe, pueden discutir este código del Embudo, sabio y severo. Pero esta oposición asiática, venida del sub-hombre, es sencillo refrenarla: a la cárcel todos, al campo de concentración, así quedaremos sólo los caballeros distinguidos y los amables yanaconas del Partido Radical”.
Estallaron los aplausos de los bancos aristocráticos: qué elocuencia, qué espiritual, qué filósofo, qué lumbrera! Y corrió cada uno a llenarse los bolsillos en su negocio, uno acaparando la leche otro estafando en el alambre, otro robando en el azúcar y todos llamándose a voces patriotas, con el monopolio del patriotismo, consultado también en la Ley del Embudo.
Análisis y opiniones sobre política, historia, cultura, alternativas de izquierda y movimientos sociales. Un Blog de Víctor Manuel Torres Olivares @gaucheofcourse